Entre la ilusión y la realidad

Una pintura que cautive la vista, que rompa las fronteras del espacio y logre al mismo tiempo incorporar armónicamente la imagen al ambiente, ha sido, durante miles de años motivo de fascinación para el hombre.

A diferencia de la pintura en el lienzo, el muralismo aplicado directamente sobre la piedra, es un arte estrechamente unido a la arquitectura y sujeto a principios específicos de la misma. Así, la pared puede ser no solamente un elemento de división de espacios, donde, aparentemente, lo cerrado se abre y vuelve al exterior.

Los comienzos del muralismo datan del periodo Paleolítico y sus rastros se encuentran en diversas cavernas en el norte de África, España y en las rocosas costas de Australia. Muros de templos en Mesopotamia y en palacios del Éufrates fueron decorados con murales que aún en nuestros días logran cautivarnos con sus dibujos y diseños en tumbas y palacios egipcios. En Creta, por ejemplo, se han conservado sobre todo pinturas y murales al fresco. Asirios y Babilonios pintaron sus templos al temple.

En el Helenismo por primera vez se utilizó en arquitectura como forma de decoración y creó efectos de ilusión en los diferentes espacios. Método que continuó siendo utilizado más tarde, en las viviendas romanas (muralismo pompeyano).

El muralismo ilusionista alcanza su máxima expresión en el Renacimiento. Entre las obras maestras de ésta época se encuentran los murales de Masaccio y Piero della Francesca hechas en fresco. En el Barroco ésta técnica adquirió nuevas dimensiones, ya que las exigencias en el arte se complementaron con un intelecto más cercano al contenido. Sobresalieron artistas como Piero de Cortona y Guercinos.

Una pintura ilusionista perfecta requiere del estudio preciso de las proporciones y del contraste exacto de luces y sombras; como también del conocimiento y manejo de reglas matemáticas y físicas que permiten una ilusión del admirador al captar lo esencial y determinante del objeto mostrado, su perspectiva y el efecto que la luz consigue sobre él.

El muralismo y la pintura en techos son generalmente procedimientos costosos en los que se emplea mucho tiempo. El fresco en el que las partículas de color se unen en el proceso de secado con la capa del material, fueron con la técnica del secado y al temple los métodos más empleados, el cual hoy en día por razones de costos casi no se utiliza.

En el siglo XX se desarrollaron, por ésta razón, colores a base de acrílico fáciles de emplear; con los cuales se pueden trabajar murales en fachadas de interiores sin ningún problema. Su calidad se muestra en la resistencia al viento, igual que en la asombrosa fuerza de la luz. Al aplicar éstos colores que después de secarse forman una superficie insoluble se logra una protección perfecta del mural. Dichos materiales son ideales y apropiados en sitios húmedos y fachadas.

Ésta forma de arte que perdura a través del tiempo encuentra aún en nuestros días numerosos admiradores. Su juego entre la ilusión y la realidad no solo es expresión de decoración individual, sino también despierta el anhelo de un espacio absolutamente sin fronteras.